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UNA PRESENTACION APOTEOSICA: BALLET HISPANICO

Paula Lobo
Ballet Hispanico, fotografía por Paula Lobo.

SAINT PAUL, MN

El nombre de la compañía de danza se antojaba por sí misma sumamente atractiva. Y lo fue más el incursionar en los medios sociales de comunicación, y leer las críticas que se han publicado sobre la misma. Bajo esas condiciones, asistimos la noche de este jueves 14 de enero al Centro para las Artes en el mismísimo centro de la capital del estado, el Ordway. Sin embargo, la realidad sobrepasó con creces a lo anticipado.

Tres fueron las obras que se presentaron a una audiencia ávida de lo que esta compañía, originaria de Nueva York, y con 45 años de experiencia, ofrecería. Y es seguro que nadie salió decepcionado de la sala, y ello quedó de manifiesto en la forma en que la gente resumía la presentación experimentada: “Fantástica; Excepcional; Única; Irrepetible…”

Un grupo de danza que testimonia sobre la posibilidad de fusionar las más claras y depuradas técnicas de danza contemporánea con expresiones culturales que definen a una comunidad llena de comunidades diversas y únicas que se fusionan igualmente bajo la etiqueta de Hispánica. Una comunidad de comunidades que incluso define la contemporaneidad de este país, que hoy vive en tiempos de definición e incertidumbre.

Pero las presentaciones tuvieron todo, menos incertidumbre. Acaso la falta de coordinación con el audio podría servir de argumento para reafirmar que lo que pareciera incierto es tan solo un momento de transición y ajuste.

La primera de las tres obras fue El Beso, que se desarrolla bajo la coreografía de Gustavo Ramírez, y la música de Amadeo Vives, Tomás Bretón, Reveriano Soutullo, Jaun Vert y Ruperto Chapí. El argumento, visible en la obra, es en torno al significado del beso entre las culturas hispanas, tanto en España como en la América Latina. Un acto, el beso, que sirve como elemento de ruptura de barreras en la comunicación; que reafirma la comunión entre individuos al abrir el acercamiento franco y desinteresado. Los bailarines emergen flexibles, relajados y espontáneos ante los diversos contactos casuales o no que enfrentan, reafirmando que el ofrecer un beso en la mejilla es completamente normal.

Y de pronto, como reza la canción española de Mariano Escobar, que indica “lo llevan las hembras muy dentro del alma”, puede ser un beso en la mano, o puede ser un beso de hermano, y así puede ser besada cuanto quiera, el beso de amor no se da a cualquiera. Se otorga al ser amado, sin tapujos, sin condiciones. Y no importa si se trata de una pareja compuesta por hombre y mujer o por hombres o mujeres. Y así, la compañía establece en una forma poética que la comunidad hispana contemporánea cambia, aun cuando mantiene sus tradiciones. Una comunidad que se adapta, y cuando escuchamos los acordes de “Amor de Hombre,” disfrutamos de esa representación con dos bailarines tocando fibras íntimas, en una coreografía intensa y sin barreras. Un verdadero amor de hombre.

La segunda pieza, un poco más breve, aparece como reminiscencia de un estilo de vestir, un estilo de vida, que se marca con la presencia constante de un sombreo, un fedora, que traducido en el lenguaje coreográfico, juega con luz y sombra en forma constante. Los bailarines, todos hombres, parecen dividirse en esencia y ausencia, con sombras que crecen y se reducen. Que se mueven intensamente y que nos hacen pensar en la herencia hispana entre los ciudadanos de los muy diversos países latinos, hispanos, que hoy usan el sombrero como signo de masculinidad y tradición. Un ejercicio visualmente rico, y que llama a estar atentos todo el tiempo.

Sombrerísimo es una obra de la coreógrafa Annabelle Lopez Ochoa, y con música de la Banda Iónica, interpretando Macaco El Mono Loco, Titi Robin y obras de otros artistas.

Luego del intermedio, y con la mayoría de los presentes ya exhaustos, volvimos a presenciar la obra Club Habana, con la coreografía de Pedro Ruíz. Y la obra abre con la canción que Buena Vista Social Club habría hecho famosa: Chan Chan… “De Alto Cedro voy para Macané, Llego al Puerto, voy para Mayarí…” La conexión es inmediata y los bailarines nos llevan a la identificación de esa historia Cubana, esa cultura cubana que es tan hispana como puede serlo.

De pronto, uno desearía saltar al escenario a bailar, a disfrutar de esa cultura hispánica que ha sido comprimida en una presentación de cerca de dos horas, y que deja esa sensación de exquisitez, en la que el argumento principal es la contemporaneidad de lo hispano. A ello contribuyen poderosos bailarines que no pueden pasar desapercibidos, como es el caso de Christopher Hernández, o bien de Eila Valls, bailarina española que se incorpora a la compañía recientemente, y que destaca por su enorme flexibilidad y gracilidad. O bien Lyvan Verdecia, quien comenzara su carrera en el Ballet Nacional de Cuba.

Una experiencia sublime, inolvidable e inevitable si se tiene la oportunidad, y que ha visitado Minnesota convirtiendo un clima gélido en una calidez que deja ahí una huella. ¡Gracias al Ordway por ofrecer esta fiesta!

 

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