SAINT PAUL, MN
La muerte y pasión de Jesús, tal y como ha sido interpretada en diversos tiempos, es el sustento para la conmemoración anual de la Semana Santa. Se trata de un período de intensa actividad litúrgica dentro de las diversas corrientes cristianas de fe. La celebración comienza en Domingo de Ramos, finalizando el Domingo de Resurrección. Sin embargo, en muchos lugares las festividades dan comienzo el viernes anterior al primer domingo, siendo el Viernes de Dolores.
No existe una fecha fija para la celebración, transitando en los meses de marzo y abril, según sea el año, pues dichas fechas se establecen con base al calendario lunar. La Semana Santa está precedida por la Cuaresma, que concluye en la Semana de Pasión, en donde se celebra la eucaristía en el Jueves Santo, se conmemora la crucifixión de Jesús en el Viernes Santo y la resurrección en la Vigilia Pascual durante la noche del Sábado Santo al Domingo de Resurrección.
En diversas partes del mundo, se registran múltiples expresiones de religiosidad popular, entre las que destacan las representaciones de las procesiones y la Pasión. Millones de personas participan en el globo terráqueo, asumiendo diversos papeles, desde quienes actúan como alguno de los personajes de la representación, siendo los observadores la gran mayoría. No hay acaso una representación actoral que congregue tal número de personas en un día.
Las procesiones y representaciones de la Pasión surgen con la conformación de hermandades y cofradías cristianas, documentadas a partir del silo XV en España. Curiosamente, quienes conformaban estas agrupaciones eran grupos laicos (no religiosos), cuyos miembros buscaban apoyarse mutuamente en momentos difíciles (que eran múltiples en esos tiempos, como enfermedades y muertes de familiares y amigos), y la de experimentar la Pasión de Cristo (es decir, la penitencia).
Y fue precisamente este deseo de “vivir el dolor de cristo” el que llevó a los grupos de personas a salir a la calle a representar los padecimientos de Jesús durante la Pasión. De ahí que, por un lado, las primeras imágenes que salieron a las calles fueran de crucificados y de Dolorosas y, por otro, que hubieran dos clases de cófrades: los de la luz, como los de hoy en día, y los de sangre, que se auto-flagelaban. Ambos pueden verse en diversas representaciones, de acuerdo a las tradiciones de cada lugar.
Las primeras expresiones de la representación de la Pasión y Muerte de Cristo, datan de la segunda mitad del siglo XV, y la primera del siglo XVI, viviendo su máxima expresión en el siglo XVII. Estas fechas coinciden con el tiempo del Concilio de Trento (1554-1563) y el surgimiento del movimiento de Contrarreforma, que es la respuesta de la iglesia católica a la Reforma protestante liderada por Martín Lutero en el siglo XVI. Las representaciones entonces tenían la intención de exteriorizar la fe, a fin de reconvertir a quienes hubiesen decidido seguir a Lutero.
Dentro del territorio español se da la expansión de dichas representaciones, con la intención de reafirmar la fe y compromisos católicos. La tradición se traslada al continente americano, en las embarcaciones que traían soldados y sacerdotes, y se emplean como mecanismo de conversión entre los habitantes de la región. Se consideraba que el teatro de lo absurdo, la representación gráfica de la creencia, podría comunicar lo que las palabras no lograrían en tierras extrañas.
Hoy, una de las procesiones más notables ocurre en la ciudad de México, en la delegación Iztapalapa, en la que cientos de miles de personas de congregan jueves, viernes, sábado y domingo, a participar en representaciones crudas y convincentes. Por otro lado, en América Latina, la Semana Santa es un período vacacional que pocos dejan pasar, y que se traduce en numerosos desplazamientos a zonas turísticas que se saturan y generan grandes ganancias.
Dos formas de entender un mismo acontecimiento, y sin embargo ambas generan sentido de bienestar entre quienes las practican.