MINNEAPOLIS, MN
Ni los mayores expertos de la historia del arte mexicano se atreven a definir en una sola palabra al muralista David Alfaro Siqueiros, quien este miércoles cumpliría 125 años.
Militar revolucionario, sindicalista, preso político, muralista y vanguardista, Siqueiros (1898-1974) nació en Ciudad Camargo, en el norteño estado de Chihuahua.
Su primera musa fue la revolución mexicana, en la que se enfiló como soldado en el Ejército Constitucionalista cuando tenía tan solo 16 años.
Para entonces ya había iniciado sus estudios como artista en la Academia de San Carlos donde, junto con José Clemente Orozco (1883-1949), fue alumno del Dr. Atl (1875-1964), uno de los más importantes paisajistas de la primera mitad del siglo XX.
Al joven Siqueiros le seducían las causas sociales de una lucha armada encumbrada por campesinos, indígenas y obreros urbanitas para derrocar a una envejecida oligarquía representada por el dictador Porfirio Díaz.
“Desde jovencito entró en la guerra, y no lo hizo mal, fue condecorado. Luego fue enviado a Europa, donde continuó aprendiendo nuevas técnicas artísticas”, señala a Efe Irene Herner, reconocida experta de arte y directora de la serie documental “¿Quién era David Alfaro Siqueiros?”.
En París, conoció a Diego Rivera (1886-1957) y ambos absorbieron con interés el movimiento cubista y fueron influidos por el comunismo internacional de la época.
EL MOVIMIENTO MURALISTA
Durante la década de los veinte, el secretario de Educación José Vasconcelos (1882-1959) tuvo la idea de educar a las masas sobre el nacionalismo posrevolucionario a través del arte en sitios públicos.
Fue así que delegó en Rivera, Orozco y Siqueiros la tarea de enseñar sobre los valores del nuevo régimen con el muralismo.
Para Siqueiros, la encomienda significó, en pocas palabras, la aplicación de un concepto que siempre defendió durante su carrera: el “artista ciudadano”.
“A diferencia de Orozco y Rivera, Siqueiros ve en el muralismo un proyecto vanguardista, para el futuro del arte pero, sobre todo, un proyecto totalmente político”, señala Silverio Orduña Cruz, historiador del arte y comisario de La Tallera, un centro público que perteneció a Siqueiros como una casa estudio.
Sus obras son un reflejo de cómo entendía al mundo después de la revolución.
“Él vivió en una realidad de profundos cambios sociales y creó un arte público para una sociedad cambiante”, puntualiza Willy Katz, director de la Sala de Arte Público Siqueiros.
La mejor representación de sus memorias sobre la guerra quedó cristalizada en 1966 con “Del Porfirismo a la Revolución” en el Castillo de Chapultepec.
AFILIACIÓN COMUNISTA
Siqueiros fue crítico con la deriva autoritaria del Partido Nacional Revolucionario, que años más tarde se convertiría en el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
El muralista, quien se afilió al Partido Comunista, no perdió ocasión para despotricar contra un régimen que hacia el exterior se vendía como progresista pero hacia dentro perseguía a “los rojos”.
En su exilio en Los Ángeles (EE UU), durante los treinta, pintó obras como “Un mitin obrero” (1932), un fresco sobre cemento armado, y “La América tropical” (1932), en donde dibujó a un indígena mexicano crucificado en una doble cruz con un águila americana.
“Para él, como para el resto de muralistas, el mestizaje era una parte central. No solo eso, Siqueiros lo quiso hacer verbo con su arte, ‘mestizar’ a la población con sus frescos”, ahonda Herner.
NUEVAS TÉCNICAS
De acuerdo con los historiadores, Siqueiros se distinguió de los otros dos padres del muralismo mexicano por su constante experimentación con técnicas modernas.
“No se quedó en decorar las paredes de los edificios públicos o los muros, sino que observó que la pintura y la arquitectura se conectan para producir un efecto que va a impactar directamente en el cuerpo o el tránsito de los espectadores”, apunta Silverio Orduña.
Siqueiros buscó darle una característica cinética a su obra, que esta diera una sensación de película, y que su significado cambiase de acuerdo con el punto desde donde se le observa.
A finales de su carrera, terminó el Polyforum Cultural Siqueiros (1971), un edificio dodecágono en forma de un diamante multicolor.
En el interior se aprecia “La marcha de la humanidad”, el mural más grande del mundo (de 4.600 metros cuadrados), y que representa el camino del ser humano hacia una sociedad justa.
Antes de morir, el 6 de enero de 1974, decidió donar al público su casa estudio, hoy la Sala de Arte Público Siqueiros, su taller de producción La Tallera, un archivo personal que data de 1917 y su biblioteca personal.
“Al final, Siqueiros sigue siendo relevante, no solo por sus obras, sino por todo lo que le legó al pueblo de México a través de su acervo personal”, concluye Katz.