MINNEAPOLIS, MN
El barrio neoyorquino del Bajo Manhattan era en 1973 una zona deprimida y olvidada donde la basura se amontonaba en solares de edificios derrumbados por los que ninguna constructora apostaba ni un centavo.
En ese ambiente degradado nacieron las Guerrillas Verdes, un grupo de amigos creado por la difunta Liz Christy, cuyo empeño hizo posible el nacimiento del primer jardín comunitario de Nueva York, que lleva su nombre, y de un movimiento de defensa de estos espacios verdes que perdura hasta hoy.
Esa primera victoria de las Guerrillas Verdes cumple ahora 50 años
“Empezamos en 1973, toda esta zona estaba llena de basura, piezas de vehículos y televisores”, cuenta a Efe Don Loggins sentado en un banco del jardín comunitario, que hoy en día se levanta como un pequeño oasis en la esquina entre las calles Bowery y Houston.
EL NACIMIENTO DE LAS GUERRILLAS VERDES
Don, que hace 50 años tenía 22, recuerda que todo comenzó un día en el que Christy, que vivía en la zona, había salido a dar un paseo y vio a un niño dentro del solar “jugando con un refrigerador como si fuera una barca”.
“Entonces Christy le dijo a la madre que tenía que limpiarlo para que sus hijos tuvieran un lugar donde jugar y la madre le contestó: ‘Tengo cinco hijos, no tengo tiempo’, y le preguntó a Lindsey por qué no lo hacían ella y sus amigos, y así fue como empezó”, explica Don.
Christy llamó a Don y a otras personas y se pusieron manos a la obra: en casi dos meses sacaron la basura y la chatarra y en otros dos arreglaron el terreno y comenzaron a plantar.
“Había tráfico de drogas esto era un barrio deprimido (…). Les pedimos a los traficantes que se marcharan porque ahí había niños, pero regresaban, y una vez entre cuatro o cinco de nosotros cogimos nuestras horquillas y los perseguimos hasta el metro y nunca más volvieron”, dice.
Pero el proyecto de la joven activista no terminó ahí. Poco después, logró llamar la atención de la prensa local para que escribiera sobre el nuevo jardín, que se llamó Bowery hasta un año después de la muerte de Christy en 1985, y pudo convencer a las autoridades para que les alquilaran el espacio por un precio simbólico de un dólar al año.
Cuando se conoció su proeza “empezó a recibir llamadas de gente de todos los condados neoyorquinos, El Bronx, Queens o Staten Island pidiéndole consejo” de cómo mantener y crear jardines comunitarios. Las Gerrillas Verdes (“Green Guerillas” en inglés), habían nacido.
LA EXPANSIÓN DEL MOVIMIENTO
El movimiento creció como la espuma y en la ciudad empezaron a brotar decenas de jardines abiertos a sus comunidades, en los que se podían y se pueden plantar verduras, preparar abono orgánico, reunirse, celebrar bodas o encender una barbacoa.
La ciudad apoyó muchos de ellos y, según la Alcaldía de Nueva York, en la actualidad se ofrece ayuda a más de 550 espacios verdes como el que creó Christy y sus Guerrillas Verdes.
Precisamente, su principal misión era recuperar zonas abandonadas para entregárselas a los vecinos y su principal arma eran las “granadas de semillas” con las que “bombardear” solares vacíos y para cuya fabricación repartían documentos con las instrucciones.
Las granadas eran pequeños globos hinchables, como bolas de cristal navideñas, que se llenaban de semillas, agua y fertilizante y se lanzaban a las zonas vacías protegidas por vallas que las hacían inaccesibles.
LOS NUEVOS GUERRILLEROS DE LA GRAN MANZANA
Los tiempos han cambiado, incluso las bombas que fabrican las actuales guerrillas no son las mismas. Este año, desde su página web promueven el plantado de semillas de girasol en “solares vacíos o abandonados, alcorques, aceras o áreas que no están cuidadas”.
“Ahora el movimiento está más profesionalizado”, cuenta a EFE Sarah McCollum, la actual directora ejecutiva de las Guerrillas Verdes, donde trabajan dos personas a jornada completa.
Atienden a 300 jardines comunitarios de la ciudad y cada año llevan a cabo entre 90 y 100 proyectos para ayudar a reparar zonas de plantado, fabricar contenedores para hacer compost, arreglar caminos o recomponer vallas protectoras.
Además, tienen programas dirigidos a jóvenes de entre 14 y 21 años para concienciarlos sobre la importancia de estos espacios verdes y también mantienen encendida la antorcha política que prendió Christy con una labor de promoción y presión antes las autoridades para favorecer el desarrollo de estos espacios.
“Al principio, el reto consistía en crear jardines, ahora se trata más bien de garantizar que los espacios se mantengan protegidos en torno al jardín, de modo que se conserven para la posteridad”, dice.
Loggins reconoce que hace tiempo que abandonó su activismo, pero sigue yendo al jardín que ayudó a plantar con Christy, donde le gusta hacer de guía a grupos de jóvenes que muchas veces ven por primera vez cerezas, tomates, ciruelas o uvas en sus plantas.
Su árbol favorito es una sequoia que luce vertical en un borde del alargado jardín, que nació entre las ruinas hace medio siglo y que Loggins, con orgullo, describe como la más alta de Nueva York.