MINNEAPOLIS, MN.-
Carreteras vacías de ocho carriles que conectan parcelas inmensas y baldías, una estación eléctrica nunca usada y varias construcciones de dudosa utilidad. Cinco años después de que Donald Trump lo presentara como “la octava maravilla del mundo”, el proyecto de la taiwanesa Foxconn en Mount Pleasant (Wisconsin) dista mucho de aquella “locura imaginaria”.
Así la califica Kelly Gallaher, vecina del municipio y una de las voces más críticas con el proyecto. Imaginaria porque, desde el principio, “aquello era demasiado bueno para ser real”, cuenta a EFE en una entrevista en su casa de esta localidad de 45,000 habitantes que se encuentra en el condado de Racine.
En noviembre de 2017, la administración del entonces gobernador de Wisconsin, el republicano Scott Walker, aprobaba un acuerdo con la taiwanesa Foxconn -famosa por fabricar iPhones- para construir una planta de pantallas de televisión de última generación.
Foxconn recibiría subsidios durante quince años gracias a exenciones fiscales, a cambio de invertir 10,000 millones de dólares en un complejo de fábricas que emplearía a 13,000 personas para 2022.
En junio de 2018 el entonces presidente Trump (2017-2021) lo describía como “la octava maravilla del mundo” cuando apareció, junto con autoridades y el fundador de la compañía, Terry Gou, en el terreno para echar la simbólica primera pala de tierra.
Durante los meses previos, relata Gallaher, escucharon que aquello “iba a ser enorme, tres veces el tamaño del Pentágono”.
Surgieron muchas “señales de alerta”, relata la profesora de arte jubilada: “Nos dimos cuenta de que hacer pantallas gigantes en Wisconsin no tenía sentido porque iba a ser demasiado costoso”.
Iba todo rapidísimo. “Tardaron más en aprobar la construcción de un lavadero de coches en el pueblo que todo el proyecto Foxconn”, cuenta.
Y eso que iba a afectar profundamente a la comunidad pues querían 3,000 acres cuadrados de tierra (12 kilómetros cuadrados).
Pronto comenzaron a llegar las cartas de expropiación a los vecinos, entre ellos a Kim Mahoney. Acababa de construir su casa y tiene grabada la fecha del 7 de octubre, día en que se le informó que iban a adquirir su casa para una carretera.
Al principio se negó y la amenazaron con dejarla aislada “como una isla”, relata a EFE a bordo de su coche, mientras hace un tour por los alrededores: “Ahí estaba mi casa”, señala al horizonte, donde hay solo un descampado.
Hoy la imagen en Mount Pleasant dista mucho de lo prometido. “Tienen algún edificio, una pequeña fábrica de ensamblaje, pero es una veinteava parte de lo que se planeaba. Hay mucho terreno vacío, carreteras de ocho carriles que no llevan a ninguna parte” y una central eléctrica enorme que no está funcionando, afirma Gallaher.
El edificio más simbólico es uno con forma de bola de cristal, al que llaman “la fábrica” y que hoy se utiliza como almacén.
“Desde el principio nos estaban vendiendo una historia pero era ficción. Nuestros funcionarios locales y muchos líderes empresariales se beneficiaron financieramente”, asegura.
¿Cuál es el coste público de todo el proyecto? 209 millones de dólares en la adquisición de tierra (se expropiaron unas 100 casas), 12 millones en la construcción de carreteras, 185 en agua y alcantarillado… En total suman 912 millones, según un documento facilitado a EFE por el ayuntamiento de Mount Pleasant.
Pero en una entrevista a través de correo electrónico una fuente de la alcaldía afirma que “en última instancia, el costo neto a largo plazo que soportan los gobiernos locales es 0”, ya que todo el dinero se recuperará.
Algo que Gallaher duda, mientras ve “un gran potencial de desastre”.
De los 10,000 millones que iba a invertir la empresa taiwanesa, que reclinó hacer declaraciones a EFE, solo se han invertido 750.
En abril pasado Microsoft acordó comprar una parcela por 50 millones para construir un centro de datos.
“Es una buena noticia pero para recuperar lo invertido”, señala Gallaher, “harían falta 100 Microsofts”.
En opinión de la profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Wisconsin Kathleen Dolan, el proyecto de Foxconn fue “un movimiento totalmente político”.
Lo fue para Trump, quien quiso venderse como generador de empleo, en un estado clave en las elecciones presidenciales. Y, además, cualquier intento de estrechar lazos con Taiwán era una afrenta directa a su gran enemigo, China.
También para Walker, que se postulaba para la elección, y hasta para Gou, el multimillonario taiwanés fundador de la compañía, quien por esas fechas quería presentarse a la presidencia de la isla.
Le venía bien aquella foto, pisando el terreno, estrechando la mano de Trump para vender sus excelentes relaciones con Estados Unidos.
En opinión de Dolan, aunque Trump está muy relacionado con el caso, el responsable principal de la debacle fue “el Partido Republicano de Wisconsin y Walker”.
“Y hemos visto que el Partido Republicano casi no sufrió consecuencias reales”, afirma la profesora, unas horas antes de que comenzara en la ciudad de Milwaukee el primer debate republicano, que se celebró el pasado miércoles.
Los republicanos han puesto toda la carne en el asador en este estado bisagra y también celebrarán ahí su convención en julio, en la que se confirmará al candidato a la presidencia. A día de hoy, Trump es el favorito, pese a tener en su contra cuatro imputaciones penales.