SAINT PAUL, MN
Uno de los eventos más recientes que han puesto en alerta a la opinión pública y a diversos políticos en los Estados Unidos, ocurre con la decisión del presidente Donald Trump de despedir al director de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI por sus siglas en inglés). Esto se suma a los múltiples momentos en los que la presidencia actual ha estado bajo la lupa, e incluso desde la campaña presidencial, incluyendo las prohibiciones para viajar a los Estados Unidos de ciudadanos de algunos países, acción que fue parada por jueces federales en diversos estados. Luego, la introducción de las “verdades alternativas”, y con ello la falta de credibilidad creciente entre amplios sectores de la población. Y cómo olvidar la confrontación con la prensa, casi cotidiana, que el ejecutivo ha sostenido, criticando a quienes lehan criticado.
El despido de James Comey, apenas la semana pasada, ocurre cuando el mismo director del FBI se encontraba investigando las ligas entre miembros de la campaña presidencial de Trump, hoy colaboradores cercanos, con diversos personajes y agencias en Rusia.
Y es que la acción se asemeja muchísimo a lo ocurrido en la década de los 70’s, cuando Richard Nixon terminó siendo depuesto de su cargo, como consecuencia del famoso caso Watergate. En aquella ocasión, el presidente en funciones desarrolló acciones que fueron calificadas como criminales bajo la perspectiva legal, incluyendo el despido de John Dean, consejero de la casa blanca, de 1970 a 1973. La razón, el papel que Dean, y otros, jugaban en el escándalo de robo de documentación del Pentágono por parte de la presidencia.
En ese momento, la prensa desarrolló una exhaustiva investigación que llevó a la deposición de Nixon.
Hoy, diversos analistas políticos en el país, y fuera del mismo, señalan el riesgo que para la presidencia del país implica el haber actuado de dicha manera, con algunos de ellos señalando incluso que Trump buscaba cubrir sus espaldas antes el progreso que tenían las investigaciones que el mismo FBI realizaba en torno a sus ligas, directas o indirectas, con Rusia.
Hoy, la presidencia se encuentra envuelta en un intenso intercambio de comunicados, desde los famosos y prolíficos Tweets del mismo Trump, hasta comunicados de prensa y declaraciones que buscan minimizar el hecho, logrando, antes bien, arrojar leña a un fuego que crece.
Hoy, diversos medios, ya no tan solo CNN tan denostado por el presidente, sino muchos otros, plantean la inevitabilidad de que cobre curso una acusación formal (impeachment) en contra del ejecutivo, al quedar al descubierto, por parte del mismo presidente, indicios de que ha grabado múltiples conversaciones con altos ejecutivos de gobierno, líderes de otros países y demás personas con quienes ha sostenido conversaciones. Y eso no sería tan grave, si Trump no insistiera tanto en el pasado reciente que habría sido “víctima” de espionaje por parte de su predecesor, Barack Obama. Caso que no ha logrado probar.
Hoy, entonces, la presidencia se encuentra a la vera de enfrentar una posible acusación de abuso de poder, de violaciones a la constitución y de perjuro, además de comisión de acciones ilegales desde el período de su campaña. Hoy, la situación de Trump se asemeja a la que vivió Nixon previo a su debacle. Hoy, sin embargo, no es ese ayer de los 1970’s, y el quinto poder, la prensa, no es tan grande como entonces. Analistas indican que acaso esta será una prueba que podría determinar qué tan fuerte la opinión pública puede aún ser, o bien si el proyecto totalitario que parece dibujar el presidente se ve consolidado.
Hoy, nos encontramos en una arena en la que se enfrentan la opinión pública a través de los medios de comunicación, y un sistema de gobierno que se configura como absolutista y totalitario. Una prueba sobre los tan acudidos chequeos y balances que la democracia estadounidense tanto presume. Veamos.
