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¡Y RETUMBÓ EN SU CENTRO LA TIERRA, AL SONORO RUGIR DE UN GOOOOOL!

¡Y retumbó en su centro la tierra, al sonoro rugir de un Goooool!

CIUDAD DE MEXICO

Dentro del imaginario colectivo se sueña, se desea, a veces muy íntimamente, se pide a la divinidad, que el equipo que nos representa cada cuatro años en la Copa Mundial de Fútbol, tenga una participación excelsa. Ese mismo imaginario juega con la información, con las estadísticas, y acaso se convence, al menos externamente, que los milagros no existen. Se construye una coraza de resiliencia, un escudo justiciero, que nos permite ocultarnos detrás de él en caso de que nuestro sueño, una vez más, se vea frustrado. 

El aficionado mexicano incluso tiende a hacer las paces con la derrota, con la frustración constante, con esa limitación. Los mexicanos recuerdan siempre que se “ha estado cerca”, pero no se ha llegado. Y, más recientemente, se recuerda el inexistente penal ante Holanda, que frustró el arribo al quinto partido. Y esa conciencia hace prever resultados desastrosos, especialmente luego de las amargas experiencias como la vivida ante Chile, cuando 7 dianas sepultaron los sueños en la Copa América, de nueva cuenta. 

Pero, de cuando en cuando, el mexicano grita, se expande en su pecho e irrumpe en el alarido.

Primero, como el día de hoy, 17 de junio del 2018, Hirving “El Chucky” Lozano, anotara al minuto 35 de juego, ante la poderosísima Alemania. Luego, cuando al pasar los 80 minutos que le siguieron al gol, la selección mexicana se levantara con un triunfo histórico ante uno de los más firmes candidatos a llevarse la copa. El primero ante los teutones, en la historia entera de enfrentamientos entre ambas selecciones. 

Y surge así el grito, estruendoso, poderoso, incuestionable. Un grito que resuena en cada rincón del país, y que acaso pueda encontrar su epicentro, por razones demográficas, en la Ciudad de México. Así lo expresaría ya Juan Villoro, en su libro Balón Dividido, “El fútbol es un estupendo pretexto para el alarido. La misma persona a quien su esposa le reprocha << ¿Por qué no dices nada? >>, toma las llaves y se va a rugir al estadio.” Esta tarde su destino no fue el estadio, sino el Ángel de la Independencia, en el Paseo de la Reforma. Ahí se reunieron miles y miles de personas. Todas para compartir el sueño, todas para gritar al unísono, y para compartir las infinitas repeticiones del gol. 

Ahí reunido, muchos no sabían que en 1970 Alemania había vencido a México por 6 goles a 0, y quienes lo sabían, lo olvidaron, pues hoy lo único existente es ese 1-0 que, como regalo del día del padre, obsequiara Hirving Lozano a todos los padres en México.

Para nadie en ese momento era importante más el proceso electoral, ni el precio de la gasolina, ni nada que no rotara en torno al balón histórico que se llevó el equipo mexicano a sus vitrinas, tan escazas de trofeos grandes. 

Hoy no importó salir a la calle, pues no se trataba de ninguna protesta magisterial o de ciudadanos afectados por el sismo. Era la celebración que tantas ocasiones se queda pendiente, para la próxima, de un triunfo significativo. Como lo han sido los dos campeonatos mundiales sub-17 o la medalla de oro en los juegos olímpicos de Londres en el 2012. Pero hoy, se trata del juego que revive con fuerza los sueños, los anhelos y los motivos para celebrar. 

Se registraron, coincidentemente, dos sismos de magnitud significativa en lugares tan distantes como Guatemala y Japón, pero que ya los memes han atribuido al grito de festejo que tuvo su epicentro en el corazón de México.

Un grito de gol que hizo, acaso, retemblar en sus centros la tierra. Por eso hoy, hoy, se vale soñar en colectivo y externarlo ruidosamente sin necesitar la coraza de la resignación.






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