México, 17 oct (EFE).-
El auge de Netflix y otras plataformas de streaming han aupado a las producciones mexicanas. Éxitos dentro y fuera del país como “La casa de las flores” avalan la producción nacional. No obstante, estas ficciones parecen opacar algunas de las realidades más dolorosas del país.
La pobreza extrema, la vida de las comunidades indígenas más allá de la servidumbre o los feminicidios son aspectos invisibles en muchas de estas producciones, contribuyendo a crear una separación inevitable entre lo que el público ve y la realidad que le rodea, dicen algunos expertos consultados por Efe.
Cuando el espectador comienza a ver el programa de telerrealidad “Made in México”, la serie biográfica “Luis Miguel: La serie” o el mencionado melodrama “La casa de las flores”, un sinfín de colores glasean las producciones al tiempo que los llamados “mirreyes” -clase media alta mexicana habitualmente de piel blanca y con gusto por las fiestas selectas- desfilan por la pantalla.
Al reflexionar sobre estas imágenes, el crítico de cine José Antonio Valdés asegura a Efe que “hay una completa disparidad con la realidad que los mexicanos están viviendo”.
“Si durante años se acusó a las televisiones mexicanas de tergiversar la realidad y de estupidizar al público, me parece muy sorprendente que ahora Netflix tome esas mismas temáticas de manera completamente banal”, opina el experto en apreciación cinematográfica por la Universidad Iberoamericana.
Pese a que las propuestas estéticas y los niveles de producción son más que notables, es en el contenido donde siguen fallando.
Por su parte, Arturo Guillemaud, profesor de Teoría de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, explica a Efe que los espectadores de las plataformas digitales difieren mucho del público tradicional que elevaba los índices de audiencia de TV Azteca o Televisa.
El académico sostiene que en el caso de las televisiones nacionales, su público es de clase trabajadora, mientras que las producciones de Netflix apuntan a un público generalmente milenial, de clase más elevada y cuya aspiración es precisamente alcanzar los estereotipos que estas series retratan con sus personajes.
Pese a que la producción es significativamente mejor, el cambio en el contenido es mínimo. Es más, según Valdés “hay algo incluso todavía más perverso desde el punto de vista de las normas de mercadeo que siguen estas empresas para generar su contenido”.
“¿Qué es lo que no se muestra? Un país que políticamente está más dividido que nunca, un sistema educativo que no funciona, que está lleno de vicios, una clase política que está realmente todos los días avergonzando en buena medida a quienes los vemos a través de los medios de comunicación”, asevera el investigador en cine y televisión desde hace 20 años.
Tampoco “hay presencia de lo indígena, ni una visión comprometida acerca de la pobreza”.
Todos estos temas no están tratados en estas series de gran éxito, algo que el crítico atribuye a “una cuestión de mercado de las empresas, pero también a ese vicio que tienen los creadores mexicanos de no interesarse por esos temas”.
Sí existe una realidad demencial en el país y en casi toda la región latinoamericana que tratan estas series: el narcotráfico.
No obstante, las producciones como “El Chapo” o “El señor de los cielos” abordan la problemática desde un punto de vista banal a ojos del profesor del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM.
“El narcotráfico está tocado desde un modelo más cercano al del gángster lujoso o el del ‘narco superhéroe’, que incluso es un personaje de gran magnetismo sexual”, reflexiona Valdés.
Para Guillemaud, los principales afectados por este tipo de entretenimiento son los adolescentes y estudiantes de los primeros años de universidad.
“Este tipo de series lo que hacen es decir que si te dedicas a esto (al narcotráfico), vives la vida loca, pero la vives bien”, considera.
La proximidad con Estados Unidos es algo que para ambos especialistas permite explicar las nuevas tendencias de la producción nacional.
Desde hace décadas, México compra contenidos al país vecino que han funcionado muy bien y que, finalmente, el propio país ha terminado reproduciendo.
Pero tras esta tendencia aparentemente inofensiva parece subyacer toda una definición social del país. Después de todo, concluye Guillemaud, hoy más que nunca “queremos aparentar ser lo que no somos”.