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EL CAMINO DE REGRESO DE LOS MIGRANTES QUE DESISTEN DE ENTRAR A ESTADOS UNIDOS

Jairo ya tramita su regreso a Guatemala.

Amatlán de los Reyes (México),

Jairo viaja encima de uno de los peligrosos trenes de carga que usan los migrantes para atravesar México. Pero lo hace totalmente solo porque su última parada ya no es Estados Unidos, sino Guatemala.

La violencia en el norte de México, las dificultades para cruzar la frontera o la incertidumbre laboral en Estados Unidos truncan cada vez más el idílico sueño americano de los migrantes que abandonaron su hogar en busca de una vida mejor.

Jairo, que el 1 de mayo dejó a su esposa y a su hija de siete años en Guatemala con el objetivo de encontrar trabajo en Texas, se dio cuenta de estas dificultades al llegar al norteño estado de Nuevo León y no se lo pensó más. Dio media vuelta.

Tras un periplo de una semana a pie, en autobús y en tren -que se conoce como La Bestia– ha alcanzado el municipio veracruzano de Amatlán de los Reyes, donde se ubica el pequeño albergue de las Patronas, un colectivo de mujeres que ayudan a los migrantes a pocos metros de la vía del tren.

Jairo cuenta a Efe que ha pedido ayuda a las Patronas para gestionar su deportación a Guatemala a través del Instituto Nacional de Migración (Inami).

De acuerdo con el Inami, desde el mes de enero al menos 75.289 personas están en manos de las autoridades migratorias, quienes analizan su situación.

El Gobierno mexicano ha deportado a unas 54.000 personas, una cifra que ha aumentado en los meses de abril y mayo ante las duras exigencias del Gobierno estadounidense para que México frene el flujo migratorio.

“He visto infinidad de cosas: gente mutilada, gente muerta, asaltos, drogas y cárteles”, explica Jairo sobre la odisea en La Bestia, del que muchos migrantes caen y pierden la vida.

A pesar de la crudeza del viaje, lo relata con cierta naturalidad y serenidad, dado que no es la primera vez que emprende esta cruzada.

Hace cinco años, llegó a Estados Unidos de la misma manera, pero tras cuatro años trabajando en el sector de la construcción fue deportado por las autoridades estadounidenses.

En Guatemala, su pequeño puesto de alimentación sufrió extorsiones de grupos de delincuencia y Jairo perdió sus ahorros, por lo que tomó la dura decisión de regresar a Estados Unidos con la promesa de un amigo de la infancia que lo ayudaría al otro lado de la frontera.

“Voy de vuelta porque la persona que me iba a echar una mano me dijo que ya no hay trabajo para mí”, comenta decepcionado. Además, relata que en esta ocasión no puede pagar los 4.000 dólares que piden los traficantes de personas conocidos como ‘coyotes’ para facilitar el cruce de la frontera entre el estado mexicano de Tamaulipas y Texas.

“Para cruzar la frontera uno necesita tener un ‘coyote’. Si uno no lleva eso, no se puede acercar a la frontera porque lo agarran a palos”, cuenta Jairo, temeroso por la elevada presencia de la delincuencia organizada en el norte de México.

“En Reynosa (Tamaulipas) están todos los cárteles peleados por la plaza”, explica.

Este guatemalteco recuerda que cuando realizó esta travesía por primera vez, en cada tren se subían unas 100 personas, mientras que ahora los ferrocarriles que se dirigen al norte están “inundados”.

La imagen de un solitario Jairo encima de un tren en dirección opuesta ha llamado la atención a centenares de migrantes que van ilusionados hacia al norte y que lo han llegado a tachar de “loco”.

Pero él tiene muy clara la recomendación para aquellos que vayan a Estados Unidos: “Si no tienen para que les echen la mano, que le pidan mucho a Dios. Por propia experiencia, no me animaría a aventarme solo”.

Las Patronas tienen contactos dentro del Inami y ayudarán a Jairo a tramitar su regreso a Guatemala, un fenómeno que va en aumento. 

En unos días, agentes migratorios acudirán al albergue para llevarse a Jairo y en días subsiguientes deberían regresarlo a la frontera con Guatemala, cuenta Julia, una de las 12 encargadas del albergue. De hecho, Jairo regresó hasta el oriental estado de Veracruz porque, según explica, si se hubiera entregado en una estación migratoria en el norte, habría estado esperando durante un mes su deportación encerrado en “una cárcel para migrantes”.

Ya ha avisado a su familia de que está regresando a casa pero su perseverancia sigue viva y no descarta emprender el camino de nuevo en un futuro.

“Este camino ya me lo conozco, de ida y de vuelta. Mientras tenga vida, habrá otra oportunidad”, concluye.




 


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