MINNEAPOLIS, MN
Ambiciones, deseos; expectativas y decepciones; juego y apuestas.
Elementos que diferencian a ellas de ellos, a las muñecas de los muchachos. El hilo conductor, una serie impactante de actos musicales que muestran una cuidadosa selección de actores y bailarines. Es inevitable que a cada pausa, aun cuando sea tan solo para transición, el público se entregue a la compañía teatral, a quienes se encuentran en el escenario, y se exprese con estruendosos aplausos.
Un ensamble de bailarines que se integra a la narrativa del guion, inicialmente escrito por Jo Swerling y Abe Burrows, y con la música de Frank Loesser. Y acaso la responsabilidad asumida por Dell Howlett, coreógrafo que cuenta con gran experiencia en Broadway, y que además evidencia su sentido del baile con un tinte académico, al presentar complejos requerimientos para los bailarines, que nos hacen presenciar habilidades de ballet, hip-hop y teatro musical.
Los movimientos en el escenario son constantes e intensos, en ocasiones vertiginosos, incendiando al espectador pues parece que la duela del proscenio se incendia igualmente. Y los cambios en el escenario son complementarios, mostrando el gran trabajo hecho por Jason Sherwood, quien igualmente, como Howlett, acompaña a la producción desde Broadway.
Con todo ello, y con un toque de art-deco, la historia se ubica en Nueva York, la de la década de los 50s, para dar cuenta de los avatares de un grupo de adictos al juego y las apuestas, que tiene que decidir entre continuar sus inciertas vidas a partir de lo incierto que es ganar o perder, y el amor que, poderoso siempre, cambia a las personas, muchas, y hasta las almas.
En Ellos y Ellas, también interactúan con base en lealtades, a veces puestas en duda, pero siempre presentes. Las bromas que van y vienen hacen que la seriedad de las situaciones se diluya y haga de la secuencia algo disfrutable, pese a que la duración de la obra es larga.
Siendo que corren los años cincuenta, y que la parte nodal de la trama es el juego y las apuestas, de pronto nos montamos en el pequeño aeroplano que cruza el escenario, para llevarnos a La Habana, Cuba, en donde Sky, quien por cierto apuesta que llevaría con él a Sara Brown, descubre que precisamente el amor llega en el momento más inesperado, y de la fuente menos creíble.
Y es que Sara, convincentemente interpretada por Olivia Hernández, busca al mismo tiempo “salvar el alma pecadora” de Sky, cayendo igualmente en cuenta que resulta para ella inevitable enamorarse de Sky.
Entretanto, y como hilo referencial a lo largo de la obra entera, Nathan Detroit busca negar la inevitabilidad de su amor por Adelaide, quien incluso ha pretendido no ser la prometida de Nathan, sino incluso su esposa, para finalmente convencerle que luego de más de diez en dicha condición, es tiempo de que finalmente contraigan matrimonio.
Acaso la moraleja parezca simple, con el “bien triunfando sobre el mal”, y lográndose la conversión de los “pecadores”. Pero detrás de dicha fórmula, Nathan y Sky descubren que, para ellos, llega un momento en que el amor por sus respectivas parejas, es más importante que su deseo de continuar jugando y apostando.
La escena número 5 en el segundo acto, con la interpretación de las canciones “Sit Down. You’re Rockin’ the Boat” y “The Guys Follow teh Fold”, es sin duda una de las más poderosas, a partir de voces y coreografía, a tal punto que muchos entre los espectadores, se habrían puesto de pie para ovacionar la misma.
Una obra disfrutable de principio a fin, y que no debes sino ir a ver. Guys and Dolls, Ellos y Ellas, en el Guthrie, estará hasta el 25 de agosto. ¡Qué mejor forma de disfrutar del teatro este verano!