SAINT PAUL, MN
Reunirse para tocar música son jarocho es un ritual que se mantiene desde el siglo XVII, pero hoy en día en Chicago (Illinois) estos encuentros son vistos como una especie de “revolucionaria” herramienta para unir a la comunidad latina a través de estos ritmos únicos y de la historia detrás de ellos.
Originario del estado mexicano de Veracruz, el son jarocho es el resultado de una colisión cultural producida en el siglo XVIII por los indígenas, españoles y africanos que poblaron la costa del Golfo y combinaron sus propios estilos de música en una mezcla sonora que se mantiene hasta la actualidad, en sesiones que reúnen a diversas generaciones en el país, como en México y más allá.
“A veces hay tres o cuatro generaciones representadas. La experiencia fortalece esas relaciones. Estas tradiciones tienen cientos de años, lo cual lo hace muy sagrado”, dijo a Efe Gina Gamboa, una de las promotoras de este ritmo en Chicago.
“Construir eso en la sociedad moderna es realmente difícil, cuando el individualismo y el capitalismo destruyen las comunidades y la solidaridad. Pero el son jarocho descompone lo que sea jerárquico e intimidante. El acto de estar juntos es un acto revolucionario”, destacó por su parte Maya Fernández, hija de Gamboa.
El patio trasero de la casa de Gamboa, en el barrio de Pilsen, de mayoría latina, suele ser escenario de algún “fandango”, como se conoce a las reuniones donde se toca son jarocho, con el mismo espíritu de siglos atrás, es decir en jornadas de todo el día, con canciones llenando el aire, gente yendo y viniendo, y un flujo continuo de tamales desde la cocina.
Alrededor de una tarima de madera en el centro de ese patio, decenas de personas de todas las edades se apiñan para ver a algunas de las personas que zapatean, que golpean sus talones contra su superficie, mientras se escucha el rasgueo de una “jarana jarocha”, como se conoce a las pequeñas guitarras típicas de esta música, y un hombre aporta sonidos de percusión con una mandíbula de burro y una mujer improvisa un verso.
“La forma en que esta música ha podido sobrevivir durante más de 400 años es a través de los fandangos, donde todos participan”, dijo a Efe Maya Fernández, quien resaltó el carácter tradicional del son jarocho.
“Desde los jóvenes hasta los ancianos, todos pueden aprender haciendo. Cada componente tiene valor, desde las personas que hacen la tarima hasta las personas que organizan el fandango o tocan los instrumentos. Todos son importantes y ninguno es más importante que el otro. Es un acto simbólico de comunidad muy curativo”, agregó.
Gamboa y su familia se involucraron por primera vez en el son jarocho hace casi 30 años, cuando la matriarca trabajaba como maestra y administradora de programas juveniles enfocados en el bilingüismo y siempre buscaba nuevas formas de motivar a los jóvenes a hablar en español.
“El barrio de Pilsen, durante décadas, fue una comunidad cultural tan vibrante. Como educadora, quería que los jóvenes incluyeran la actividad cultural como parte de su proceso de desarrollo”, explicó.
Durante su participación en las actividades culturales latinas de Pilsen, conoció a un grupo de músicos veracruzanos de son jarocho que visitaron la ciudad, y ello fue el germen que luego uniría a la comunidad: Gamboa empezó a organizar presentaciones y talleres de son jarocho en su casa, sabedora de que “la música es un vehículo poderoso para niños y personas de todas las edades de encontrar la motivación para hablar español”.
“Queríamos ver a los jóvenes ser parte de ella y crecer con ella, y eso es lo que vimos. Los jóvenes llegaron a compartir estos espacios culturales que tradicionalmente están orientados a los adultos”, señaló.
Una de esas jóvenes fue Jackie Rodríguez, una estudiante en la Universidad de Illinois en Chicago interesada en el arte, la educación y el activismo latino, y que descubrió que a través del son jarocho había “una forma de construir nuestra identidad como personas latinas aquí en Chicago”.
Rodríguez es una educadora como Gamboa, y junto a Fernández dirige el grupo Jarochicanos, un colectivo que enseña el son jarocho y apoya iniciativas de preservación cultural.
Jarochicanos colabora con el Colectivo Altepee, un grupo veracruzano, y hace talleres, asiste a manifestaciones políticas. El grupo, por ejemplo, escribió una canción en apoyo de la huelga de maestros de las Escuelas Públicas de Chicago de 2019.
“Jarochicanos nació por necesidad”, dice Fernández. “Queremos que las comunidades hispanohablantes e indígenas en Chicago puedan encontrar recursos para sí mismas: arte, teatro, prácticas comunales. Lo llamamos ‘justicia cultural de barrio’: utilizar la cultura y la memoria histórica para crear algo nuevo para su vecindario, algo que puede haber sido olvidado”, añadió.
“Hay personas que no pueden regresar (a sus países de origen), que están participando en él. Nosotros somos los que les enseñamos a tocar, pero ellos aportan un intercambio de conocimientos”, agregó.
Las tres mujeres están de acuerdo en que el mantenimiento del son jarocho no se trata solo de cantar viejas canciones, sino de legar los valores comunales y la historia intrínseca que “esas canciones han tenido durante siglos”, como dice Fernández.
“El son jarocho se convirtió en un agente de cambio a través del cual podríamos hacer el trabajo comunitario y el desarrollo que queremos hacer. Es una herramienta para unir a la comunidad”, concluyó Rodríguez.