MINNEAPOLIS, MN. Por Dra. Nancy Álvarez
“Solamente lo barato, se compra con el dinero”.
Siempre he criticado duramente a la justicia, empezando por la de mi país de origen. Allá es un muñeco manejado por políticos, un antro de corrupción, una ramera al mejor postor.
Cuando llegue a Estados Unidos, creía que este era un país de leyes, sí y no. Indudablemente, aquí un presidente no puede meter preso a un inocente con una llamada, o sacar a un narcotraficante por dinero, como pasa en nuestros países, pero esta justicia (la de Estados Unidos) adolece de muchas cosas; la peor es que si no tienes dinero, no tienes justicia.
Los mismos abogados te dicen: “si a quien vas a demandar no tiene dinero, déjalo así. Te costará mucho y no vas a ganar dinero”. La primera vez que me dijeron eso, le respondí al abogado: ¿usted cree que voy a vivir tranquila sabiendo que una ladrona que me hizo mucho daño, ande suelta y en este momento robándole a otros? Me miró como si fuera una persona llegada de Marte.
No entendía para qué estudió leyes, no entendía la palabra dignidad, ni mucho menos que la conducta que no tiene consecuencias, se repite. No sabía que vinimos al mundo a dejar un legado. ¿Cuál le está dejando él a sus hijos si solo trabaja si hay dinero? ¿Cómo duermen tranquilos sabiendo que los delincuentes siguen haciendo lo mismo a otros?
Por eso en Estados Unidos hay más delincuentes sueltos que en la cárcel. Hasta los policías —y lo acabo de vivir con una ladrona que tuve de manager en nuestras oficinas—, te dicen: “sí, definitivamente, es una delincuente, despídela porque si la llevas a un juez, la sueltan bajo fianza y nada pasa. Por eso los policías estamos hartos, trabajamos y al otro día está suelto el criminal”.
Lo que sí existe en Estados Unidos es una verdadera división de las instituciones y de los poderes del Estado. Se puede meter preso a un presidente, parar una injusticia, venga de donde venga. Y aún tenemos libertad de prensa, algo que se extinguió en casi todo el mundo (sobre todo en República Dominicana, Venezuela, Cuba, Nicaragua, etcétera).
En mi país defendí a niños violados, abusados, mujeres golpeadas, engañadas por maridos millonarios; se divorciaban y ellas ni se enteraban, sus cuentas de banco cerradas, sus casas a nombre de otros. En fin, quedaban en la calle y sin un centavo. Ancianos dejados sin nada, porque sus propios hijos le robaban todo. Entendí que, si la justicia no funciona en un país, no hay calidad de vida, ni futuro. Un país donde abundan los suicidios, las familias destruidas por jueces y abogados corruptos, donde no se defiende a los niños ni a los viejos, no merece la pena llamarse país.
Dice Mafalda: paren el mundo, me quiero bajar. Pero antes de bajarme debo luchar… tengo una hija y seres que amo aquí. Lo único que puedo es denunciar y educar, hasta que muera. El que quiera callarme, tendrá que matarme.
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