SAINT PAUL, MN
Por Ismael Cala
India, un país económicamente pobre, acaba de estrenar el “currículum de la felicidad”, un programa educativo sobre las emociones, que cuenta con el apoyo del Dalai Lama.
Para el líder espiritual tibetano, su objetivo es desarrollar la compasión y la felicidad. Es decir, allanar el camino al bienestar físico y mental y resolver problemas causados por emociones negativas y destructivas, entre ellas la ira, el odio y los celos.
El “currículum de la felicidad”, que incluye meditación, educación en valores y ejercicios mentales, es, sin dudas, una gran noticia sobre la incorporación de la gestión emocional en los sistemas educativos tradicionales.
Como expliqué en el libro “El analfabeto emocional”, el camino a la espiritualidad, la libertad personal y a la inteligencia emocional debería iniciarse en la infancia, para que familiares y maestros ayuden a los más jóvenes a reafirmar su potencial.
Vivimos en un mundo con demasiada gente rendida a la frustración y en un escenario azotado por el terrorismo, crímenes machistas, xenofobia y apología del odio. Sencillamente, los protagonistas de tales desastres carecieron de formación emocional. Y, como ya se sabe, una instrucción escolar de calidad no es suficiente para formar seres humanos equilibrados.
En una comparación muy ilustrativa, el psicólogo Guy Winch dice que los niños aprenden higiene dental desde los cinco años, pero nadie les enseña en materia de higiene emocional. “¿Cómo es que pasamos más tiempo cuidando nuestros dientes que nuestras mentes?”, se pregunta el lúcido Winch.
En un país con los retos y las dimensiones de India, el programa podría convertirse en un excelente experimento para el mundo entero. Ya sus habitantes, como he comprobado en tantos viajes y eventos celebrados allí, han dejado sobrada constancia de su actitud frente a la adversidad.
¿Y qué sucede en el resto del planeta?
En México, Argentina, España, Dinamarca o Estados Unidos, entre otros países, hay experiencias interesantes en este sentido, aunque pendientes de generalizarse en todo el sistema educacional.
La gran pregunta que me hago es cómo sería el mundo si todos hubiésemos sido educados emocionalmente desde la escuela primaria. Ya el gran Aristóteles decía:
“Las emociones pueden ser educadas y a la vez utilizadas a favor de una buena convivencia”. ¿Cómo es posible que, tanto tiempo después, no hayamos sido capaces de reaccionar ante la evidencia?
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