MINNEAPOLIS, MN
En los Estados Unidos al indocumentado, conscientemente, se le somete a una dosis de estrés constante, se le somete al miedo colectivo, todo lo que haga o intente hacer será bloqueado y catalogado como “ilegal”.
El indocumentado es sometido a un temor constante que, claro está, lo llevará a desarrollar problemas psicológicos y físicos. Siendo los niños, obviamente, los más impactados.
El indocumentado es sometido a estrés al pensar sobre cuándo le tocará ser víctima de un crimen de odio, ya que los criminales lo acechan para sacarle provecho a su vulnerabilidad, y es visto como presa fácil por tener la desventaja de no confiar en la policía como para andar reportando crímenes.
El indocumentado es sometido al estrés de lidiar con empleadores abusadores, empleadores y patrones arrogantes que se aprovechan de que el indocumentado no es exigente en cuanto a sus derechos laborales; el indocumentado es sometido al estrés por las leyes discriminatorias, leyes injustas que lo convierten en criminal; el indocumentado es sometido al estrés de no saber si hoy mismo llegará la “bendita” migra a tocar la puerta para cumplir con su asignación diaria de llenar las camas en los centros de detención.
El indocumentado es sometido al estrés, frente al discurso perverso de políticos conservadores reaccionarios; el indocumentado es sometido al estrés al subirse a un autobús o a un tren, sea un viaje corto o un viaje largo, por aquello de los retenes de la “santa” migra; el indocumentado es sometido al estrés cuando le toca ir al hospital, cuando le toca manejar, cuando le toca ir al banco, cuando le toca ir al supermercado…
Es por ello que la batalla política que sea capaz de librar el indocumentado, codo con codo, junto a sus fieles aliados, lo llevará a irse deshaciendo de esa intranquilidad cotidiana, esa gran carga sobre sus hombros, ese sometimiento intencional a un estrés colectivo que se aferra a no permitirle vivir en santa paz.