Nueva York City. NY.
El museo Whitney de Nueva York aborda el “impacto profundo que los muralistas mexicanos -con José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros a la cabeza- tuvieron en Estados Unidos”, a través de una exposición con 200 obras de sesenta muralistas mexicanos y estadounidenses.
“Es una historia que nunca ha sido contada. (El público) necesita venir y ver lo importante que es el trabajo de los muralistas mexicanos y cómo entró en el arte estadounidense”, asegura a Efe la comisaria Barbara Haskell, durante la presentación de la exposición, que arrancará el próximo 17 de febrero.
Junto a unos bolsos rosa mexicano, diseñados con motivo de la muestra, la también comisaria Marcela Guerrero explica a Efe que los muralistas mexicanos llevaron a Estados Unidos “no solo el término de arte moderno de crear grandes pinturas de formatos monumentales, pero también la idea de que el arte podía servir a un compromiso, un propósito social. Eso es algo que los estadounidenses no habían visto y no tenían en esos momentos”.
Ambas destacan como ejemplo el mural que elaboró Rivera en Detroit impactado por la industria automovilística de la ciudad y que se encuentra en el patio del Instituto de Artes de esa ciudad estadounidense.
Aunque el original no estará en la exposición, sí una reproducción fotográfica de la obra con un vídeo de la época que muestra al artista mexicano trabajando en su mural.
LA LLEGADA DE LOS MURALISTAS A ESTADOS UNIDOS
Tras la revolución mexicana en la segunda década del siglo XX, las autoridades encargaron numerosos trabajos a los muralistas mexicanos, “pero a mediados de los años 20, (estos encargos) se redujeron y vinieron a Estados Unidos porque había la oportunidad de crear murales”, por encargos públicos y privados, dice la portorriqueña Guerrero.
Por su parte, Haskell cuenta que la popularización del muralismo mexicano se debió, en gran parte, al artista estadounidense George Biddle, amigo del presidente Franklin Roosevelt (1933-1945), quien tras viajar a México para aprender de Rivera, escribió a Roosevelt para convencerle de desarrollar en Estados Unidos un arte similar.
Biddle explicó a Roosevelt que las autoridades en México “habían contratado a artistas mexicanos para representar los ideales sociales de la revolución mexicana y que había artistas en Estados Unidos que estaban dispuestos a hacer lo mismo por” Estados Unidos, subraya Haskell.
“Millones de artistas fueron a México, después empezaron a aparecer reportajes en revistas y fotografías de los murales en México. Esto llevo a oleadas de artistas a méxico para trabajar con el mural y los muralistas y ver los murales, y así cuando los muralistas volvieron a Estados Unidos eran súperestrellas”, agrega.
La comisaria Haskell destaca cómo, por ejemplo, el influyente pintor estadounidense Jackson Pollock “fue a ver el mural que Orozco había hecho en la Universidad de Pomana (California) en 1930 y dijo que era la pintura más importante del hemisferio occidental y mantuvo una fotografía de él en su estudio durante los años 30”.
LA INFLUENCIA DE LOS MURALISTAS MEXICANOS EN EE. UU.
En esos momentos, los artistas estadounidenses tenían puestos sus ojos en las vanguardias europeas, pero como explica Guerrero, la vieja Europa manejaba un vocabulario más aristocrático y sus tenían una temática sobre todo mitológica y clasicista.
“Durante el periodo de los años 20, el mural mexicano es muchísimo más influyente (que el europeo) y una de las razones es porque ellos reafirmaron el papel social del arte, que el arte tenía una relación con la sociedad y que podía interactuar con el público para crear una comprensión del mundo, y esto había sido perdido por los (artistas) franceses”, dice Haskell.
Los artistas estadounidenses “estaban desesperados por tener su propio lenguaje” porque “no había un arte autóctono en EE.UU.”, dice Guerrero.
Además, aquella época coincidió con la de la Gran Depresión, y los pintores empezaron a buscar un arte que les ayudara “como nación y que a la vez fuera moderno”.
Así, obras mexicanas como “Barricada” (1931), de Orozco, “Vendedora de Alcatraces” (1929), de Alfredo Ramos Martínez, el Levantamiento (1931) de Rivera o “Zapata” (1931), de Siqueiros se mostrarán marco con marco con trabajos estadounidenses como “Bombardment (Bombardeo)” (1937), de Phil Guston o “The Driller (El Taladrador)” (1937), de Harold Lehman.
Pero juntar todas estas obras para mostrar los puentes entre ambos países no ha sido un trabajo sencillo. Han sido cuatro años de trabajo sobre la exposición y un año y medio “de una casi misión diplomática” para solicitar los préstamos a otros museos e instituciones de todas partes del mundo.
“Es una oportunidad de ver esas grandes obras pero a la misma vez, de ver la conversación que hubo a principios del siglo XX entre los artistas estadounidenses y los artistas mexicanos. Eso es algo que no se ha visto en ninguna de las exposiciones que ha habido en Estados Unidos”, concluye Guerrero.