MINNEAPOLIS, MN.-
La aspirante republicana Nikki Haley, la última rival de Donald Trump en su partido para las elecciones presidenciales de noviembre, apenas congregó a un millar de simpatizantes en su propia tierra en el último mitin previo a las primarias del Partido Republicano mañana en Carolina del Sur.
Haley, que aún no ha ganado a Trump en ningún estado, tenía ocasión de demostrar en Charleston su supuesta condición de favorita en el territorio donde nació y se crió y en que llegó a ser gobernadora entre 2011 y 2017, primera mujer en lograrlo en Carolina del Sur.
Había elegido Haley como escenario de este mitin para ella simbólico el Patriots Point de Charleston, y su campaña situó el escenario delante de la imponente silueta del portaaviones USS Yorker fondeado en el puerto, pero en el momento de la verdad, solo unos cientos de simpatizantes se presentaron, y Haley no consiguió levantarles un ánimo que olía a derrota.
Ni el centenar de jóvenes que repartían parafernalia de Haley -decenas de carteles se quedaron por el suelo, sin dueños- consiguieron insuflar un poco de entusiasmo entre un público donde la media de edad rozaba los sesenta años y que ni siquiera llenaron el recinto vallado al aire libre.
La propia Haley -vestida con un jersey adornado con la bandera y una gorra- no lo hizo mejor, y su último discurso en su tierra natal no tuvo el tono de arenga que se requería para lograr la heroicidad de darle la vuelta al 30 % de ventaja que Trump le lleva según las últimas encuestas.
Primero reivindicó los logros de su mandato como gobernadora en Carolina del Sur -se jactó de reducir la deuda estatal, de crear empleos y de haber implementado “las leyes migratorias más duras de todo el país”-, y luego pasó a atacar a Joe Biden y Donald Trump, “unos señores de ochenta años”.
A Biden le reprochó haber creado el caos en la frontera con México y permitir que haya en el país “nueve millones de ilegales”, así como de derrochar el dinero de los americanos engordando una deuda de 34 billones de dólares, todo ello por dejarse arrastrar por “la basura socialista”, y por haber propiciado “la debacle que fue nuestra retirada de Afganistán”.
A Trump lo tildó de “vengativo” y de inestable, y se preguntó cómo puede un ciudadano confiar la seguridad nacional a un hombre que un día elogia a Vladímir Putin y otro insulta a los soldados de su propio país, como hizo con su esposo Bill Haley, militar profesional.
Pero no fueron las ideas, sino el tono con el que Haley habló el que no logró transmitir el convencimiento que necesita un político, y terminó pidiendo, casi rogando, que cada uno de los asistentes “agarre y arrastre mañana a amigos y familiares” para ir a votar por ella.
Rechazo visceral a Donald Trump
Entre los asistentes, una pareja de cincuentones -él cirujano, ella fotógrafa- aseguran a EFE que a los seguidores de Haley les une sobre todo la visceral oposición a Trump: “Si Haley no gana, yo votaré por cualquiera que no sea Trump”, dice Scott; su esposa, Robin, echa la culpa al sistema de primarias: según ella, Haley ganaría “de calle” si fueran elecciones como en el resto del mundo.
Otra pareja, Christian y Christy, reconocen que la política que aplicó Donald Trump en su Gobierno no les desagradó, “pero él es un personaje tóxico, egocéntrico”, recuerdan.
Más enfáticos son todavía Taft y Jackie, propietarios de una clínica privada: “Si Haley no gana y nuestra opción se reduce a Trump o Biden, ¡nos vamos a Canadá!”, exclaman.
Pero ninguno de ellos corea el nombre de Nikki cuando su equipo de campaña los jalea. Flota en el aire una sensación de que Haley ya está en tiempo de descuento.
Entre el ‘merchandising’ de la candidata, venden unas camisetas con el lema ‘Subestimadme, ¡nos vamos a divertir!’. La presunta ironía no tiene ni un solo comprador.