MINNEAPOLIS, MN. Por Ismael Cala @Cala
Hablar de proactividad implica revisar nuestras creencias y el poder que damos al entorno y a las circunstancias, por encima del que otorgamos a nuestro ser.
La gran interrogante es: ¿somos proactivos en los diferentes ámbitos de nuestras vidas? ¿O más bien somos reactivos al hacernos víctimas de las circunstancias?
Unas veces se gana, y otras se aprende. Lo peor de culpar a la suerte por los descalabros es que no aprendemos y repetimos los errores desde el estado de víctima. Quejarnos cuando algo no sale como planeamos, nos coloca en una posición de víctima que está reñida con la proactividad.
Según un estudio de la Universidad de Stanford, el hábito de la queja hace tanto daño como el humo de los cigarrillos: trae perjuicios a quien la emite y a quien la escucha, además de ser altamente contagiosa.
Si nos quejamos constantemente, el cerebro libera cortisol, la hormona del estrés. Esto reduce considerablemente el potencial del sistema inmunológico y nos hace más vulnerables a las enfermedades. Además, las quejas provocan problemas cerebrales que reducen el tamaño del hipocampo, el área responsable de ayudarnos a resolver conflictos.
Entonces, ¿cómo superamos el hábito del lamento y nos volvemos más proactivos? Lo primero es entender que somos partícipes de todo lo que nos sucede en la vida. Incluso aquellas situaciones en las que hemos asumido un rol de víctima, han sucedido porque las hemos provocado o permitido.
Si vemos las situaciones de la vida desde esa perspectiva, no queda espacio para el rol de víctima. Es lo que han hecho muchas mujeres afrodescendientes en Uruguay, según un estudio de la Corporación Nacional para el Desarrollo. A pesar del bajo nivel educativo de las encuestadas, consiguen salir adelante por su gran proactividad en los emprendimientos, con la ayuda de programas gubernamentales.
Tal y como proponemos en el modelo de Liderazgo Bambú, la recomendación es asumir los errores como oportunidades para aprender, en lugar de calificarlos como fracasos; enfocarnos en el proceso y disfrutarlo, en lugar de ceñirnos únicamente a los resultados; mostrarnos abiertos al feedback o a la crítica constructiva, en lugar de mostrarnos a la defensiva. Y, finalmente, desarrollar un pensamiento flexible y dinámico, en lugar de cerrado y rígido.
De esta forma, podremos cultivar la proactividad y hacernos cargo de nuestra vida de forma efectiva, dejando de lado la queja y el rol de víctima.