MINNEAPOLIS, MN
Corrían los años de principios de 1961, cuando John F. Kennedy era el presidente de los Estados Unidos. Era el tiempo en el que los movimientos de reivindicación de los derechos civiles cobraban fuerza. Era el 6 de marzo de 1961, cuando el presidente Kennedy firmara una acción ejecutiva, la número 10625, llamando a quienes contrataban personal a tomar una acción ejecutiva para asegurarse de que los solicitantes de empleo, así como los empleados, fueran tratados de forma igual, sin importar la raza, el credo, el color de la piel o la nacionalidad de las personas.
El objetivo era promover acciones en contra de la discriminación. En 1965, el presidente Lyndon B. Johnson, con su orden ejecutiva 11246, impuso la obligación a oficinas de gobierno a seguir los lineamientos de no discriminación al emplear con base a raza, religión, y nacionalidad.
En el año 1967 la obligación de no discriminar con base en sexo fue incluida.
La medida habría de extenderse muy pronto a diverso ámbitos, incluido el de las instituciones educativas, en las que la admisión a nuevos alumnos debiera considerar cutas con base a raza y género, de tal suerte que la población estuviera representada en su totalidad.
Sin embargo, luego de 35 años de observación, un reporte reciente muestra que las condiciones para estudiantes Latinos o Hispanos, y Afroamericanos o negros, son incluso peores a las prevalecientes entonces.
El número de estudiantes de nuevo ingreso a colegios y universidades muestra que las condiciones no han variado desde 1980, y más bien incluso se han empeorado. Así lo muestran las estadísticas, en particular de las instituciones de élite, en las que la disparidad entre el porcentaje de estudiantes latinos que cuentan con edad para asistir a estudiar carreras universitarias, no tiene comparación con el porcentaje de estudiantes latinos en dichas instituciones.
Así, estimaciones recientes muestran que, aun cuando el 22 por ciento de la población en edad de atender a estudios universitarios, sólo 13 por ciento son los estudiantes hispanos o latinos que asisten a colegios y universidades de élite. Una disparidad de 9 puntos porcentuales. Entre la población negra, dicha disparidad es de 10 puntos, con tan solo 6 por ciento de estudiantes en esas instituciones siendo negros o afroamericanos, y 15 por ciento de la población en edad de estudiar siendo de las mismas características en el país.
Es cierto que tanto estudiantes latinos o hispanos, como estudiantes negros o afroamericanos representan un incremento en la matrícula de estudiantes universitarios, este no es comparable con el que se ha registrado entre estudiantes blancos o de origen asiático. Y el patrón se repite casi invariablemente en los centros educativos incluidos en el estudio.
Y cuando se reporta el caso de las instituciones públicas, la situación se agudiza.
Dentro de la Universidad de Minnesota, en su campus de las Ciudades Gemelas, tan sólo el 4 por ciento de los estudiantes son latinos o hispanos, mismo porcentaje que representan los estudiantes afroamericanos. En contraste, 78 por ciento de los estudiantes son blancos. Esto es, incluyendo estudiantes internacionales.
En años previos al 2015, la población estudiantil latina representaba entre el 2 y el 3 por ciento de todos los estudiantes en la UMN. Sin embargo, el porcentaje de personas en edad de estudiar en colegios y universidades, de origen latino, pasó del 3 por ciento, al 16 por ciento, por lo que la brecha es enorme.
La acción afirmativa ha sido motivo de críticas particularmente por parte de comunidades blancas, destacando incluso el discurso del hoy presidente del país, quien afirma que esta es una medida discriminatoria en contra de la población blanca. El hecho es que dicha medida no ha logrado cambiar en mucho la configuración de la población estudiantil.