El hambre y los trastornos alimenticios afectan desproporcionadamente a los estudiantes latinos, generando una situación de “vulnerabilidad académica y social” frente a aquellos con acceso seguro a alimentos adecuados, revela un estudio difundido este viernes por la Universidad de Kansas (KU).
El estudio, a cargo de la doctora Kara A. Christensen, del Departamento de Psicología de KU, buscó determinar si entre los universitarios existía una correlación entre inseguridad alimentaria y trastornos alimenticios patológicos, y si esa correlación (que sí existe) variaba según el género o la etnicidad de los estudiantes.
Christensen y sus colaboradores entrevistaron a 579 estudiantes representativos de los distintos grupos étnicos y niveles socioeconómicos entre los universitarios. Y, como el proyecto había comenzado antes del azote de la covid-19, los investigadores decidieron verificar si la pandemia había agravado o no el hambre entre los entrevistados.
Lo que hallaron es que, contrariamente a lo anticipado, el aumento del hambre entre universitarios se dio en 2019 (cuando hubo un aumento salto de 32 % respecto a 2018, impactando a uno de cada cuatro universitarios) y que no existe una diferencia estadística significatriva entre hombres o mujeres con inseguridad alimenticia en la universidad.
Sin embargo, la etnicidad y raza de las personas resultó un factor distintivo.
El estudio halló que los estudiantes hispanos corren mayor riesgo de hambre, inseguridad alimenaria y trastornos alimenticios (por ejemplo bulimia, comer sin parar, ejercicio excesivo y ayuno insalubre) que los otros grupos debido a “marginalización pasada y presente” y a “barreras económicas relacionadas con la discriminación”.
Como es de esperar, los estudiantes afroamericanos también se ven afectados por esas negativas circunstancias sociales.
Los estudiantes que se identificaron como “hispanos” al ser entrevistados reportaron pasar más hambre o inseguridad alimentaria que los no hispanos, mientras que los afroamericanos fueron más propensos a reportar hambre en su comunidad, aunque sin enfrentarlo necesariamente ellos mismos.
Para Christensen, la situación alimentaria de los universitarios latinos podría ser aun peor porque el estudio que ella coordinó se basó en el porcentaje de estudiantes latinos enrolados en universidades en 2017 (los datos completos más recientes disponibles en la Oficina del Censo) y, desde entonces, ese porcentaje parece haber crecido.
En definitiva, la inseguridad alimentaria y la psicopatología relacionada con trastornos alimenticios “van asociadas” entre los universitarios, haciéndolos vulnerables a problemas académicos y sociales al “reducir la ingesta de alimentos y consumir alimentos baratos y llenos de energía (como bebidas azucaradas o comida chatarra) con un nivel nutricional bajo”.
Según el estudio, los comedores universitarios no son la solución porque no siempre resultan “fuentes confiables de nutrición”, debido a distintos planes de comidas y a la presencia de alimentos no saludables en esos sitios.
En conclusión, dice el reporte, el hambre en la universidad es “un problema de salud pública” que solo parcialmente se resuelve con planes de comida más económicos en las universidades o con mejor acceso a despensas de alimentos.
Según la organización Salud América, en la actualidad uno de cada cuatros latinos en colegios comunitarios y uno cada de cinco en universidades de cuatro años “frecuentemente carece de acceso confiable a comida nutritiva, a precio accesible y en cantidad suficiente”.