MINNEAPOLIS, MN
Filadelfia es conocida por ser la cuna de la democracia estadounidense y albergar importantes monumentos y centros culturales, pero cuenta también con joyas no tan conocidas como la Fundación Barnes: un museo creado para aprender a mirar el arte.
El artífice de esta colección que acaba de cumplir cien años fue el médico Albert Coombs Barnes, que hizo su fortuna inventando, junto al alemán Hermann Hille, el argyrol, el medicamento utilizado para tratar la gonorrea.
Pero Barnes pasará a la historia no tanto por ese fármaco sino por aprovechar las ganancias que le reportó para crear una de las principales colecciones privadas de arte moderno del mundo y concebir un museo que invita a pensar, a disfrutar el arte sin necesidad de conocerlo y a conocerlo sin tener que estudiarlo.
La filosofía: una mirada democrática del arte. El método: colgando las obras en conjuntos sin un orden histórico o estilístico aparente que conforma, en realidad, muchas simetrías.
En la avenida de Benjamin Franklin, donde se encuentran los principales museos de la ciudad, se erige la sede actual de la Fundación Barnes. “Mire el arte de forma diferente”, reza una de las vallas del recinto.
Una invitación que queda clara en el interior del museo, donde cada sala replica la colocación de las obras tal y como la concibió el propio Barnes en la sede original, situada a las afueras de Filadelfia -y cuyo traslado en su momento no estuvo exento de polémica-.
Nada más entrar está claro que éste no es un museo normal y que no se trata de conocer al autor de una obra o el año en que se realizó, datos que no aparecen, como es habitual, junto a cada pieza. Se trata de vivir y disfrutar lo que se está viendo.
“La idea es enseñar a la gente a pensar por sí misma y que cada uno tenga su propia experiencia” y “sus propias ideas” sobre las obras y la forma en que se han colocado, dijo a EFE la curadora Cindy Kang en un recorrido por el museo.
Aunque la mayor parte de la colección la conforman obras de arte moderno, hay muchas otras piezas más, desde muebles, arte decorativo europeo y americano, esculturas africanas, máscaras, manuscritos medievales o una vasta colección de hierro forjado.
Como comenta a EFE Tim Gierschick, preparador del museo, habitualmente la pintura colocada en medio de cada pared es el centro sobre el que gira el resto del conjunto y la que le da sentido.
Un ejemplo es el conjunto que preside el cuadro de Rousseau “Exploradores atacados por un tigre” y en la que a cada lado se van colocando obras que encuentran su similar en el lado contrario.
Así ocurre con los dos retratos situados justo al lado del Rousseau (“Mujer con paloma” de Courbet a la derecha y “Retrato de un caballero” de Tintoretto a la izquierda), o las obras más alejadas en cada extremo de la pared, “San Jorge y el dragón” de Redon a la izquierda y “El Sena en Argenteuil” de Renoir.
¿Y en qué se parecen? Cada uno debe buscar su respuesta, aunque la ideas es encontrar las similitudes en los principales elementos del arte -luz, línea, color y espacio-.
Para Cindy Kang, “cualquiera puede apreciar esos elementos” y eso es lo que Barnes quería, que el visitante observase libremente y sin necesidad de tener conocimientos de historia del arte para disfrutarlo.
Porque la historia no es, en ningún caso, lo que une estas piezas. Hay paredes donde las obras que cuelgan se hicieron con hasta ocho siglos de diferencia.
La originalidad de esta forma de enseñar el arte no ensombrece, en cualquier caso, el valor de la colección en sí misma, que por ejemplo cuenta con 181 obras de Renoir -la colección privada de este artista mayor del mundo-, 69 de Cézanne, 59 de Matisse o 46 de Picasso, entre muchas otras.
Es, en suma, una de las colecciones de arte más importantes del este de EE.UU., que Barnes comenzó en 1912 cuando encomendó a su amigo y artista William Glackens, las primeras compras de pinturas en París.
En 1922 establecía la Fundación, en la que el médico y filántropo implantó las teorías de su amigo y mentor John Dewey, el filósofo estadounidense defensor de la educación experimental, del “aprender haciendo”, como fórmula para la transformación social y la democratización.
La fundación sigue ofreciendo formación a quienes quieran acercarse al arte como defendía Barnes, aunque ahora también se añade cierto contexto histórico y cultural, según reconoció Kang.
Lo importante, en cualquier caso, es que esto es “un juego” del que disfrutan niños y adultos, cuenta Gierschick mientras muestra una antigua plancha de vapor situada justo debajo de un paisaje nublado, que parece mostrar dicho vapor.
Una “broma visual” del propio Barnes según este experto, a quien le gusta pensar que el fundador del museo también tenía, pese a su fama de cascarrabias, sentido del humor.
Patricia de Arce